top of page

La Armada Invencible (III): el desastre inglés

Si para España supuso una catástrofe, para Inglaterra fue un monumental desastre sin parangón en su Historia

Tapiz con detalles de la batalla entre las armadas española e inglesa
Tapiz de autor anónimo de las armadas española e inglesa (Museo Real de Greenwich)

Se cree que el tapiz anterior fue fabricado poco después de lo sucedido con la conocida por los ingleses (y como ha pasado a la Historia) Armada Invencible. Forma parte de la propaganda inglesa desprestigiando a los españoles a los que ridiculiza en el barco que aparece en primera instancia, mostrándoles de modo sátiro.


Para los ingleses actuales, el episodio de la Armada Invencible sigue siendo uno de los hitos de la Historia Naval de Inglaterra. La mayoría está convencida de que sus antepasados salieron victoriosos del enfrentamiento con la todopoderosa España del siglo XVI, cuando en realidad sucedió lo contrario.


En esta segunda parte de nuestro serial de artículos sobre la Armada Invencible, mostraré los daños sufridos por Inglaterra, pudiendo comprobar que fueron superiores a los españoles.


Índice

Baile de cifras según la fuente consultada

Los investigadores británicos del siglo XXI son conocedores de la verdad y ya no cantan aquella pretendida hazaña como una victoria pero las cifras que manejan siguen dando a entender que la catástrofe fue sobre todo española.


Los historiadores Geoffrey Parker y Colin Martin, en un gran alarde de honestidad, en su magnífica obra La Gran Armada, fueron de los primeros en mostrar a la opinión pública una vesión distinta de la comúmmente aceptada durante siglos.


Geoffrey Parker se sumergió en montañas de documentos de archivos españoles y de los Países Bajos, no analizados hasta el momento o no suficientemente contrastados. Contó con la ayuda de Colin Martin, especialista en arqueología submarina y en concreto en los naufragios españoles en Escocia e Irlanda. Era la primera vez que se echaba mano de disciplinas complementarias y archivos distintos de los nacionales para conocer la verdad.


Su libro se publicó por primera vez en 1988, con motivo del IV aniversario de la Armada Invencible, siendo revisado en tres ocasiones posteriores, incorporando nuevos datos cada vez pues nunca han dejado de investigar aquel evento.


Sin embargo, a pesar de beber de fuentes de distinta procedencia contrastando o desechando información para eliminar bulos, mantienen que fue un desastre mayor para España que para Inglaterra.


Con respecto al número de bajas por parte de la Armada española, Parker parece que contabiliza también a los no retornados, ya que no figuraban en los registros españoles de llegada, pero es que muchos de ellos se quedaron en Escocia e Irlanda, regresando la mayor parte (de los que no fueron asesinados) a Flandes, donde se alistaron en los Tercios.

Los estudios de los especialistas españoles consideran que, por los combates con la Armada inglesa “solo” murieron 970 muertos de la flota española más casi un millar de heridos (las cifras varían según la fuente consultada pero es la media comúnmente aceptada). El resto de fallecimientos se debió a enfermedades, infecciones por heridas mal curadas al carecer de medios y naufragios, por ahogarse o ser asesinados al llegar a la playa.


Debemos tener en cuenta que el número total de tripulantes, entre marinos, soldados y oficios varios, ascendió a 25.000 personas aproximadamente (embarcados en la Península Ibérica).


Las distintas escuadras que completaron la gran Armada procedían de las flotas que el Imperio Hispánico poseía por todos los mares que surcaba, incorporándose navíos tanto de los que protegían las posesiones de América como del Mediterráneo.


Consiguieron reunir 137 embarcaciones en Lisboa desde donde zarparon hacia La Coruña y desde ahí el plan era llegar a Flandes donde se embarcarían miles de soldados de los Tercios españoles.


La artillería inglesa tenía mayor cadencia que la española pero ésta mayor alcance por lo que los barcos ingleses no se acercaban
Cuadro de Philip James de Loutherbourg en el que se observa a los brulotes ingleses
"Derrota de la Armada Española", de Philip James de Loutherbourg

Los ingleses intentaron a toda costa mantenerse alejados de la formidable potencia de fuego española (2.400 cañones en total): realizaban ataques furtivos y por sorpresa o enviaban brulotes que eran barcazas incendiarias para desalentar a los españoles.


No entraban en combate abierto pues llevaban las de perder. Esas barcas inglesas con pólvora que estallaba cuando se hallaban entre los navíos españoles obligó a los capitanes de éstos últimos a cortar las cuerdas de las anclas porque no daba tiempo a recogerlas para esquivar los brulotes. Fue una de las claves que explican el desastre en la retirada puesto que, cuando bordearon las Islas de regreso a España, al no tener anclas iban a la deriva si la corriente les empujaba, como así sucedió. No tenían con qué agarrarse al fondo para no estrellarse con los acantilados.


En la batalla de las Gravelinas, entre las dos Armadas con clara victoria española, el barco de Francis Drake fue destruido y a punto estuvo de perder la vida.


Para cuando se da la orden de la retirada por parte del comandante español, 16 embarcaciones de la Gran Armada se han perdido, pero aún quedan 114, sin embargo no se adentran de nuevo en el canal sino que deciden regresar a España bordeando las Islas.


El motivo de no dar marcha atrás no solo fueron las tempestades, sino que la armada inglesa era también muy poderosa, en contra de lo que se ha dicho desde siempre, que unos pocos barcos vencieron a la inmensa flota española. Esto es mentira porque Inglaterra reunió una enorme Armada, movilizando todo tipo de barcos (190), incluidos mercantes que reconvirtieron en buques de guerra.


Tuvieron tiempo para armarse y no solo eso, construir una Armada sofisticada que llegaría a ser superior a la española. Junto a los 36 navíos de guerra que ya poseía la Armada inglesa, se reacondicionaron otros 163 mercantes de los que 108 eran ligeros y más maniobrables.


En junio de 1588, un mes antes de la salida de la Armada española hacia Inglaterra, la flota inglesa ya tenía 105 barcos bien equipados y construidos con las técnicas más sofisticadas en el puerto de Plymouth. Aparte, otra flota de 23 navíos patrullaba el Canal de la Mancha.


Otras 90 embarcaciones inglesas y holandesas mantenían a raya el contingente del duque de Parma que construía su propia Armada por si finalmente se aceptaba su plan de invasión anfibia.


El duque de Medina Sidonia toma una decisión que muchos calificarían a posteriori como fallida: al quedar acorralado en Calais, ordena zarpar para reunirse con la flota dispersa.


Si se hubiera quedado con las naves que aún mantenían sus anclas (algunas tuvieron que deshacerse de ellas para maniobrar con rapidez y evitar así a los brulotes ingleses) se habría reforzado con el contingente de Alejandro Farnesio que también contaba con una pequeña Armada propia. El almirante de la Armada inglesa se hubiera visto obligado a dividir su flota que en ese momento ya superaba los 150 barcos, bastantes más que la española.


Perseguir por tiempo indefinido a los barcos españoles dispersos era una temeridad porque alejarse de la costa inglesa suponía también alejarse de las provisiones, tan necesarias, por lo que atacan cuando ven la oportunidad que se produce el 8 de agosto frente a la localidad de Gravelinas (Francia). Es la única gran batalla de este dantesco episodio histórico de la mal llamada Armada Invencible.


El duque de Medina Sidonia tal vez era un marino inexperto, pero no solo demostró sensatez sino también humanidad y valentía, desde la salida de la Armada en la Península Ibérica hasta los desdichados días en el Canal de la Mancha y las horribles jornadas de retorno a España.


En La Coruña permitió a decenas de hombres, a los que se obligó a enrolarse, que regresaran a sus hogares ante las súplicas de sus esposas ya que si morían sus maridos se quedarían sin sustento para mantener a sus familias.


En el Canal de la Mancha, frente a las Gravelinas, colocó su nave entre la Armada inglesa y la española para permitir a ésta última rehacerse mientras él con sus hombres se enfrentaban solos a una potencia de fuego endiablada que se concentró en su navío por ser la del comandante de la Armada. Los ingleses le identificaron y sabían que hubiera sido una victoria esencial, hundir o capturar la nave capitana de la flota española, pero el duque de Medina Sidonia consiguió salir de ese embate y reunirse con los otros barcos cuya retaguardia había defendido con tanto coraje.


Un galeón español fue destruido y otros tres encallaron. Además, numerosas embarcaciones habían resultado dañadas y se habían producido cientos de muertos y multitud de heridos. Pero los ingleses no escaparon mejor, solo que al saber el desastre que los españoles habían causado en su flota, la reina Isabel ordenó que se silenciara para que no bajara la moral de sus tropas en tierra puesto que muchos huyeron ante lo que parecía inevitable: la invasión española.


La correspondencia que recibió la reina procedente del escenario de combate le menciona que 60 embarcaciones de su Armada habían quedado completamente maltrechas con cientos de bajas mortales y un sinfín de heridos.


En la batalla de las Gravelinas, con clara victoria española, el barco de Francis Drake quedó muy dañado y a punto estuvo de perder la vida. En los escasos combates que se dieron en el Canal de la Mancha murieron miles de ingleses, además de por enfermedades (Parker considera que fallecieron en torno a 9.000 hombres).


Tengamos en cuenta que estuvieron embarcados durante semanas, aguardando un ataque inminente o luchando cuando se producía, quedando muchos heridos. Sin medios para evitarlo, esas heridas se infectaron. Una complicada situación agravada por la falta de víveres (comiendo alimentos podridos o bebiendo agua sucia). Y eso que tenían su país cerca con lo que imaginemos a los españoles como estaban.


Por lo tanto, vemos que el descalabro fue por los dos bandos solo que la propaganda inglesa mantuvo durante siglos que apenas les supuso bajas mientras que habían conseguido vencer a la gran Armada española, matando a miles de sus soldados y marineros.


En su retirada, los vigías españoles divisan a los ingleses persiguiéndoles y ahí vemos que la Armada de Inglaterra se había visto muy afectada por la batalla en las Gravelinas porque el contingente llevaba 46 barcos menos. Seguramente recibieron algunos navíos de refresco tras recibir la reina el dato de que su flota había quedado muy dañada.


El duque de Medina Sidonia ordena que se pare la Armada para entablar un nuevo combate contra los ingleses pero llevaban días navegando y los segundos se habían quedado sin provisiones por lo que optaron por no enfrentarse a los españoles y marcharse. La decisión que se tomó en Londres fue perseguir a la Armada desde la costa pues saben que tarde o temprano se verán obligados a reaprovisionarse y ahí estarían aguardándoles desde tierra.


La Contraarmada inglesa

Grabado sobre la captura del barco de Francis Drake
Captura del galeón "Revenge", de Francis Drake, en 1591

Sintiéndose seguros con el despliegue de medios en retaguardia, la reina Isabel autoriza una incursión en España, esperando dar un golpe de gracia que no se produjo por las tempestades, obligando a la flota a regresar a Inglaterra.


La reina pensó que su gran enemigo, el rey Felipe II, había dejado desprotegidas las costas españolas ya que todos los buques de guerra se habían unido a la “Invencible”. Así que Isabel idea un plan de contraataque al que se ha conocido como la “Contraarmada”, un tema tabú para los historiadores ingleses porque fue la peor calamidad naval de la Historia de su País. Si catastrófica fue la Armada Invencible, el desastre inglés de la Contraarmada lo superó con creces.


En el Congreso Internacional de 2019, La Armada Española de 1588 y la Contra Armada Inglesa de 1589, se llevó un encuentro entre historiadores británicos, españoles y portugueses para analizar con todal honestidad lo sucedido aquellos años del final del siglo XVI. Estos simposios se llevan celebrando desde 1988, con motivo del IV aniversario del desastre, como antes adelantaba.


Se trasladó a las distintas generaciones inglesas, a lo largo de los siglos, que la moral anglicana era superior a la católica y por ello el siniestro rey español Felipe II, erigido en protector del catolicismo, se estrelló contra las costas de Inglaterra (en realidad de Irlanda) porque Dios era anglicano.


Y es que el conflicto entre los dos reinos, el de Inglaterra y el de España, entre los siglos XVI y XVII se convirtió en una guerra entre dos culturas distintas o al menos es la visión que le dieron los historiadores ingleses.


En 1588, en Londres no se creen la suerte que han tenido porque la reina es informada de que no hubo combates decisivos propiamente dichos, salvo la terrible batalla de las Gravelinas que había dejado maltrecha a la Armada inglesa. Pero la invasión no se había producido por lo que la reina creyó que la providencia estaba de su lado y decide mandar una enorme flota.


La Contraarmada reconstruyó los barcos dañados en el Canal de la Mancha, ordenando la reina que los astilleros contruyeran más barcos, con los medios más avanzados del momento (Inglaterra era rica gracias a la piratería).


En cuestión de pocos meses ya están preparados para marchar contra España, en 1589, pensando que Felipe está resarciéndose de la catástrofe y sin apenas recursos pues aún está reparando su gran Armada.


Aquí tenemos desmontado uno de los grandes bulos de esta historia: que Inglaterra era debil y aún así venció a la topoderosa España. Un país sin recursos no construye una inmensa flota y la envía contra una superpotencia militar. Si lo hicieron es porque su economía se lo permitía (Inglaterra no era débil).


Juzgad vosotros si el desastre de la Contraarmada fue superior o inferior al de la Invencible: desde el puerto de Plymouth salieron 170-180 naves y en torno a 27.000 hombres, entre soldados y marineros (ya hemos adelantado que las cifras varían según las fuentes consultadas).


Esa gigantesca flota inglesa fue un completo fracaso con más de 18.000 muertos y ninguno de sus objetivos cumplidos (La Coruña, Lisboa y Cádiz). Se conoce este dato aproximado por el registro de salarios recibidos por quiénes los reclamaron al regresar de la empresa, que no fue superior a 5.000 personas. Parece que hubo cientos de desertores pero hubo también muchos malheridos que murieron días o semanas después.


La Contraarmada inglesa llegó a las costas gallegas pero sufre tal descalabro que Isabel temió que una reconstruida Armada española pudiera invadirles ahora que el poder naval inglés había quedado destruido. En cambio, el conato de invasión inglesa en Galicia se saldó con tan solo mil muertes por parte de los habitantes y guarnición militar de La Coruña (es una cifra terrible pero no contundente para una batalla militar).

La gran flota inglesa no solo chocó con las tormentas sino también con una férrea resistencia gallega contra la que nada pudieron hacer, liderada por una mujer, María Pita, que pasó a la Historia. Se ha escrito mucho sobre ella, siendo una de las obras más completas la redactada por María del Carmen Saavedra Vázquez: «María Pita y la defensa de La Coruña en 1589».


Teniendo en cuenta que el objetivo principal de la Contraarmada inglesa de 1589 era destruir lo que quedara de la Invencible del año anterior, saquear las ciudades de España era un añadido al que Francis Drake no quiso renunciar ya que a fin de cuentas era un pirata.


Como responsable de las tropas que debían desembarcar y saquear todo a su paso para llevarse el mayor botín posible colocaron a sir John Norris, secundado por el general Walter Devereux al frente de la caballería.


El historiador Richard Bruce Wernham, especializado en la diplomacia inglesa de la época, sostiene que se perdieron 15 barcos solo con el mal tiempo. Es sabido que catorce o quince embarcaciones más quedaron destrozadas o capturadas en su periplo por el litoral gallego y portugués, ya fuera por el temporal, ya por los combates con españoles.


La mortandad debida a las enfermedades y una pésima dieta por quedarse sin víveres al regreso a Inglaterra convirtió barios buques en navíos fantasmas llenos de cadáveres y abandonados a su suerte. Se constató la llegada a Inglaterra de 102 barcos, con lo que, al menos, se perdieron sesenta navíos.


Ben Walsh encabeza al grupo de historiadores británicos que consideran el desastre de la Contraarmada muy superior a la catástrofe de la Armada española, la cual “solo” perdió la tercera parte de las naves y en torno a 11.000 hombres.


Desde luego la cifra de bajas de la Armada española es sobrecogedora también, pero indican estos datos que ambos Países sacrificaron a miles de hombres por el capricho de dos reyes que no supieron arreglar sus diferencias de modo diplomático.


Entre las bajas de la defensa de Inglaterra frente a la Armada española y el desastre de la Contraarmada, la reina Isabel tuvo que asumir la escalofriante cifra de casi 30.000 muertos y/o desaparecidos. Si eso es una victoria, habría que recordarles a quienes la consideran como tal todavía hoy en día lo que significa esa palabra.


A fecha de hoy sigue siendo un misterio el por qué la gran flota inglesa se dirigió a La Coruña en vez de hacerlo a Santander donde se estaban reparando la mayor parte de los navíos siniestrados de la Invencible.


Una teoría sostiene que el contraespionaje español descubrió el plan de la reina Isabel extendiendo el rumor en la Corte de que el rey Felipe II preparaba una segunda flota, aún mayor que la anterior. Dicha nueva "Invencible" se estaba construyendo según ese falso rumor en los astilleros de La Coruña, donde además se había almacenado un gran tesoro para pagar los costes de tan gran empresa.


Si el contraespionaje español lanza el bulo en Inglaterra de que La Coruña era el lugar donde se concentraba la segunda Armada seguramente fue para que los ingleses hallaran que era mentira desgastando el poder naval inglés mientras se reconstituía el español.


Realizar ese trayecto en aquellos tiempos ya hemos visto lo costoso y peligroso que resultaba con lo que sería toda una faena realizarlo sin beneficio a la vista y más si eras un corsario. Por cierto, la propia reina Isabel puso de sus fondos personales para financiar la empresa esperando llevarse parte de los beneficios (la reina de los piratas).


Probablemente, Francis Drake entraría en cólera al darse cuenta del engaño por lo que decide atacar La Coruña y saquearla para no irse sin nada y así costear la empresa que le había llevado allí.


Tan tranquilos estaban en Galicia, sin temer nada, que cuando ven los barcos ingleses llegar piensan que solo están de paso. El puerto de La Coruña estaba protegido por un galeón, dos galeras y alguna embarcación más por lo que no pudieron impedir el desembarco de miles de soldados ingleses que tomaron los barrios extramuros, que por supuesto saquearon.


Una vez destruida la flotilla española que había en el puerto asaltaron un galeón que estaba siendo reparado en los astilleros llevándose su artillería.


Tras varios días de asedio, los ingleses consiguen hacer un agujero en los fuertes muros de la ciudad por el que entra el contingente militar, pero son recibidos por una fortísima resistencia de la guarnición gallega y de la población que les ayuda, incluyendo mujeres y niños.


Una de las féminas mata a un oficial inglés liderando un último empuje de los exhaustos españoles que sorprendió a los soldados ingleses, hasta el punto de que tuvieron que retirarse ante tan brutal embestida.

Grabado de María Pita
María Pita, de S. LLanta y Guerin (Biblioteca Nacional)

María de Pita, como se llamaba la improvisada generala, era viuda de un carnicero de la localidad del que heredó unas tierras y tres casas en la ciudad.


Casada en segundas nupcias con otro carnicero, éste moriría en el asedio inglés lo que motivó la ira de María hacia los invasores, cuando todo parecía ya perdido. Su gesto de arremeter ella sola contra los ingleses logró que sus conciudadanos reaccionaran salvando la ciudad.


El ejército invasor huye despavorido y bombardeado por la artillería de las murallas, embarcándose de modo desordenado (sálvese quién pueda). María de Pita se convirtió en toda una heroína ya entonces, pero de su gesta sí hay constancia histórica y documenta, no de las supuestas arengas que la reina Isabel lanzó a sus huestes, para animarles.


Se dijo que lo hizo con la amenazante Armada española tras ella, demostrando a su pueblo que era una valiente guerrera. En realidad, su discurso (muy tergiversado con el tiempo, para dejarle en buen lugar) lo dio cuando la Armada ya se retiraba hacia Escocia e Irlanda y no había, por lo tanto, peligro alguno.


La guerra angloespañola la ganó España

En 1596, siete años después del contraataque inglés a la Península Ibérica, el rey Felipe mandó construir una segunda gran Armada en apoyo de los rebeldes católicos que se habían levantado en armas contra Isabel. Sin embargo, de nuevo los espías ingleses se enteran de la empresa y atacan los astilleros donde se estaban construyendo los barcos para esa segunda flota, en Cádiz.


Felipe no se achanta y ordena que las embarcaciones se construyan en astilleros de Lisboa y Sevilla: 137 en total al unirse los navíos que aguardaban en Vigo, así como en las posesiones de España en Flandes. Las tropas sumaban más de 31.000 soldados y marinos.


Una nueva tormenta, en esta ocasión frente a las costas de Galicia, destruyó 44 embarcaciones con un botín de 60.000 ducados.


Los barcos supervivientes se quedaron en El Ferrol a donde se dirigió una Armada inglesa con el objetivo de destruirla, pero entre temporales y derrotas no pudo ni atacar, ni tampoco el otro objetivo que se marcaron: la Flota de las Indias, para arrebatar su tesoro a España.


Mientras tanto, España tuvo tiempo para reconstruir de nuevo su Armada y enviarla a Inglaterra con 160 naves con casi 13.000 soldados y marineros más cientos de caballos.


Una vez más un gran temporal dispersó al contingente español pero siete barcos sí consiguieron desembarcar a 400 soldados en Cornualles. Pero el resto de la Armada española no llegaba pues se había dispersado por el mal tiempo, por lo que volvieron a embarcar marchándose sin más.


La reina Isabel ordenó una investigación para dilucidar cómo pudo suceder que un contingente español hubiera podido desembarcar y por qué no había ningún barco inglés defendiendo las costas (recordemos que habían salido a por los convoyes de España que venían de América, sin éxito).


En su lecho de muerte, Isabel tomó la decisión de nombrar a su sobrino Jacobo, hijo de María Estuardo (a la que ordenó decapitar) como sucesor lo que formaba parte del proyecto de Felipe II para Inglaterra. Una vez más, puede verse como en el fondo Isabel apreciaba a Felipe, quién había muerto cinco años antes. Lo que aquí tenemos fue una relación de amor-odio que no se solucionó nunca y que empujó a dos pueblos a una enemistad que duró siglos.


El rey Jacobo de Inglaterra, Escocia e Irlanda era conocedor de la pretensión de Felipe II de colocarle en el trono en un momento dado, por lo que una de las primeras órdenes que dio, ya como soberano, fue firmar la paz con España. Fue una medida inteligente porque la guerra estaba desangrando a los dos reinos.


Sin embargo, mientras el Imperio Hispánico seguía defendiéndose de sus numerosos enemigos en Europa, Inglaterra, ya sin conflictos, se aventuró en América con la intención de crear su propio imperio colonial. Para no entrar de nuevo en disputa con España, el rey Jacobo puso sus miras en Norteamérica, lejos de las posesiones de España. Así fue como se fundó Jamestown en 1607.


Triunfo de la propaganda anglosajona

En todo conflicto, a la par que las acciones bélicas, se produce una paralela contienda propagandística.


El objetivo principal es manchar la imagen del enemigo y ensalzar la propia, primero de cara a la población, para que no se derrumbe, y si se gana la guerra reescribiendo la Historia para seguir expandiéndose.


Durante casi cuatro siglos la versión imperante en todo el Mundo era que España sufrió su más grande derrota naval e Inglaterra tuvo su mayor triunfo, pero como acabamos de ver no fue así. Lo que sucedió es que, en el siglo XVIII, Inglaterra ya se había convertido en la mayor potencia naval y al siglo siguiente poseían el imperio territorial más extenso de todos los tiempos. Por lo tanto, reescribieron la Historia, como suelen hacer los vencedores de todos los conflictos, y España pasó a ser sinónimo de oscurantismo y atraso cultural bañado de fanatismo religioso.


La versión inglesa fue adoptada por los historiadores de los Estados Unidos que la aceptaron y propagaron aún más, sobre todo en el siglo XX en películas en las que los españoles siempre eran los malos y los ingleses los buenos.


El porqué de la inquina estadounidense se debió a la guerra entre EEUU y España de 1898, cuando desde Washington se propaga la imagen del imperio español (o lo poco que aún quedaba del mismo) como de un conjunto de territorios gobernados por dictadores perversos que esclavizaban a la población. Aprendieron de su antigua metrópoli como aprovechar en su beneficio la propaganda.


España fue el primer País en legislar en contra de la esclavitud mientras que en los Estados Unidos se compraban esclavos para sus plantaciones de algodón. Pero esto daba igual, el caso es que había que manchar la imagen del enemigo para justificar el coste de una guerra de cara a los ciudadanos, que con sus impuestos son quiénes la pagarían.


Ni en el siglo XVI Inglaterra era el pequeño “David” que luchaba por las libertades civiles contra el “Goliat” español que aplastaba con su fanatismo, ni en el siglo XIX los Estados Unidos eran la democracia liberal que se enfrentaba al imperio esclavista español.


La monarquía de Isabel I persiguió de forma brutal a los católicos del mismo modo que antes éstos últimos persiguieron a los protestantes, con lo que poco tenía la reina virgen de piadosa. Con respecto a los Estados Unidos, fomentó la esclavitud más que ningún otro Estado del Mundo. En España, en cambio, se aborrecía semejante actividad e incluso el Estado protegía los derechos de la población de sus colonias del mismo modo que los habitantes de la metrópoli.


Esta imagen de una España intolerante en la Edad Moderna se mantuvo hasta que, en 1988, a raíz del IV Centenario de la gran Armada, los historiadores británicos comienzan a hacer acto de contrición e investigar con honestidad lo sucedido 400 años antes.


Por parte de España, sin duda la inmensa obra del contralmirante José Ignacio González-Aller Hierro: «La batalla del Mar Océano, 1568-1604», ha sido clave para comprender lo acontecido con la gran Armada española y la Contraarmada inglesa del año siguiente. Al igual que el gran trabajo de Geoffrey Parker y Colin Martin en Gran Bretaña (salvo esas libertades que se toman para no dejar demasiado mal a sus antepasados), el contraalmirante español ha revisado también su obra en ediciones posteriores aportando nuevos documentos.

En realidad, el apelativo de “Invencible” se lo puso un traductor italiano, Petruccio Ubaldini, como afirma el divulgador especialista en la Armada Pedro Luis Chinchilla, que creó una web magnífica: armadainvencible.org


Muy recomendable el libro de P. Luis Chinchilla, de 2023 “Los prisioneros de la Armada Invencible”.


Parece que el calígrafo italiano mencionado antes, a modo de broma, le puso el sobrenombre a la Armada española de “Invencible”, pero poco se supo sobre este detalle.


En el siglo XIX los intelectuales españoles de la época, creyendo que había sido una burla inglesa, difundieron el bulo pasando a la historia como una socarronería de los historiadores y políticos ingleses. Pero el daño estaba hecho y la gran Armada española, que vivió una horrible tragedia no permitiéndoles un juicio a los náufragos capturados sino siendo masacrados vilmente, para colmo se mancilla su memoria burlándose de ella para la posteridad con el calificativo de "invencible".


La reina Isabel patrocinó los continuos ataques piratas a los barcos españoles para arrebatarles sus mercancías, oro y plata. Además, financiaba a los rebeldes protestantes que luchaban contra las tropas españolas en los Países Bajos.


El imperio hispánico responde apoyando a los rebeldes irlandeses contra Inglaterra llegando a un punto de no retorno en 1585, expulsando la reina Isabel al embajador español de su Corte e iniciándose la guerra.


Por lo tanto, fue Isabel la que inició las hostilidades, no Felipe. Éste, incluso, llega a olvidarse de ella cuando deja pasar el tiempo tras el encargo del Papa para que liderara un ataque a Inglaterra para derrocar a la reina. Lo consideraba un problema menor frente al resto de frentes que tenía abiertos el imperio hispánico.


El rey español pecó de incauto (y eso que se le apodó Felipe, el "prudente") y prepotencia, qué duda cabe. Menospreció a los ingleses a los que consideró poco menos que unos ilusos sin pretensiones e incultos. Creyó, tras conocer Inglaterra pues vivió allí algún tiempo como rey consorte, que eran unos mentecatos, pero sobre todo que el reino era pobre, de escasos recursos.


Veía a la reina Isabel como la recordaba siendo una joven rebelde cuando la visitó donde la tenía presa María Tudor, esposa del rey Felipe y hermana de Isabel. Creyó que aquella joven que le caía simpática por su arrojo era solo una mujer que pronto se vería sola ya que los hombres notables del reino no permitirían que les mandara por mucho tiempo. Pero se equivocó ya que precisamente por eso mismo Isabel le echó valor y supo moverse entre hombres, sabiendo qué dar a cada uno y como enfrentarles para conseguir ella más poder.


Ahora bien, la propaganda inglesa también mantuvo durante siglos que una débil Inglaterra consiguiño no sucumbir ante un poderoso imperio como el español porque la cohesión del pueblo inglés en torno a su reina era mucho mayor que la española. Aquí tenemos otra falsedad ya que ni el pueblo inglés carecía de conflictos internos, con el enfrentamiento entre católicos y protestantes sobre todo, ni eran débiles económicamente.


Inglaterra contaba con una gran Armada en 1588, cuando se enfrentan a los españoles y en solo 7 meses lanzaron su contraofensiva

Por lo tanto, un dato más para dejar claro que Inglaterra no era una débil potencia desamparada contra un gigante como la España de entonces. Esta es la versión que todavía hoy muchos ingleses (y en casi todo el Mundo) creen para engrandecer la que se sigue considerando una gesta sin parangón por parte de los británicos. Es un modo de maquillar su pasado, pero nada más lejos de la realidad.


Una flota tan descomunal como la enviada contra España en 1589 no se forma en tan solo unos meses, así que la reina Isabel contaba con una gran potencia naval cuando España se enfrenta a su reino.


Una de las mentiras más difundidas por los políticos anglosajones siempre ha sido que la Armada Invencible supuso el final del poderío español y el comienzo del inglés, pero no fue así, para nada. España no perdió su hegemonía ni en tierra ni en los mares en ese momento pero tampoco a lo largo del siglo XVII, salvo en las últimas décadas de esta centuria y en tierra solamente. Bajo el reinado de Felipe V, primer monarca español de la dinastía borbónica, en el primer tercio del siglo XVIII, el imperio hispánico seguía dominando los mares con su formidable Armada dividida en varias grandes flotas. Así que no perdió su potencial naval pero sí perdió la guerra de la propaganda.


Tras conocer la retirada de la Invencible, la reina Isabel ordenó repartir panfletos por todo el reino de que el imperio de Felipe II había sido derrotado porque Dios estaba con la reina Isabel de Inglaterra. Con esta medida, pretendía la soberana conseguir más adeptos para la fe anglicana (que no era muy distinta de la católica en ese momento) y justificar la política expansionista que tenía en mente. Para ello necesitaba fondos con lo que les estaba diciendo a sus súbditos: hay que seguir haciendo un gran esfuerzo económico y os pido a todos que contribuyáis.


A Isabel le interesara potenciar la piratería para capturar los barcos españoles procedentes de las Indias Occidentales cargados de metales preciosos, una de las causas de que el rey Felipe le declarara la guerra. Posteriormente, ya en el siglo XVII, los holandeses desarrollaron su comercio naval internacional basado igualmente en la captura de barcos españoles que continuaban trayendo a Europa enormes cantidades de oro y plata.


El imperio hispánico salió reforzado de la guerra angloespañola, lo que pudiera parecer increíble pero así fue. De no ser así, la moneda española no hubiera sido la hegemónica en todo el Mundo, tal y como lo es el dólar de los Estados Unidos actualmente.


El Real de plata y la Onza de oro fueron las monedas en las que se hacían todos los negocios importantes a escala global desde el siglo XVI hasta entrado el XIX gracias a las enormes cantidades de plata y oro procedentes de América que llegaba a Europa, vía España.


En el siglo XVIII, en el que España seguía expandiéndose por el continente americano, el real español era la moneda internacional por excelencia. En esta época, también es la moneda más usada en las transacciones internacionales en Asia donde entró a través de las Islas Filipinas que formaban parte del imperio hispánico (como otros archipiélagos tanto en el Océano Índico como en el Pacífico).


Las principales potencias asiáticas, tales como China, Japón, Corea e India, comerciaban con reales de plata españoles e incluso sus respectivas reservas nacionales se medían en esta moneda.


A comienzos del siglo XIX el dólar español, como también se conocía al real, seguía siendo la moneda hegemónica, inspirando al actual dólar del que hay varias modalidades por todo el Mundo, como el estadounidense.


131 visualizaciones0 comentarios

Entradas relacionadas

Ver todo
bottom of page