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11-S: veinte años después, la situación es peor

La guerra contra el terrorismo, lejos de solucionarlo, ha dado lugar a la aparición de más grupos yihadistas y Estados autoritarios islamistas

Zona cero derruida tras los atentados
Zona Cero, días después de los atentados del 11-S

Los que tenemos más de 40 años (y más jóvenes) recordamos perfectamente dónde estábamos y qué hacíamos en el momento que los aviones se estrellaron contra las torres gemelas en Nueva York. Han pasado veinte años, pero el recuerdo sigue vivo.


Las cifras nos impactan aún: 2.996 muertos, más de 25.000 heridos y 24 personas de las que ya no se supo nada; de todas ellas se volatilizaron 1.500 personas, lo que significa que no se halló ningún rastro físico (el fuego fundió sus restos, mezclándose con las cenizas del resto de escombros).


El daño pudo haber sido peor porque un día cualquiera como aquel, decenas de miles de personas trabajaban en las oficinas, solo que al producirse a primera hora de la mañana no hubo más víctimas. Aun así, hubo empresas con oficinas en las torres cuyo personal murió casi en su totalidad.


Las líneas telefónicas de los servicios de emergencias se colapsaron, llamando miles de personas para comprobar que sus familiares se hallaran bien. Veamos la secuencia temporal de lo que sucedió esa jornada que cambiaría el Mundo, no precisamente para mejor, como veremos después.


Once de septiembre de 2001


Es martes, un día más en la gran manzana, el sobrenombre de Nueva York. En Manhattan se respira el ambiente habitual: decenas de miles de personas andan de un lado para otro sin mirarse a la cara, orgullosos de vivir y trabajar en el centro del Mundo.


Muchos neoyorkinos y también procedentes de otros lugares se dirigen a sus oficinas o bien se hallan desayunando, como los privilegiados que se encuentran en el restaurante "Windows of the World", el más reputado de la ciudad, en la planta 106 de la torre norte del World Trade Center (WTC). Su chef principal se lamenta que no llegará a su hora puesto que tenía cita con la óptica. Poco después, no daría crédito: todos sus compañeros de trabajo murieron en los ataques, así como los 164 comensales que desayunaban en ese momento en el local.


Otros empleados del WTC se dirigen también a sus puestos de trabajo en los que son los edificios más altos del planeta. Da igual si trabajas para una empresa que invierte en Wall Street como si eres funcionario de alguna de las oficinas gubernamentales o incluso si te dedicas a labores de limpieza o mantenimiento: estás orgulloso de trabajar en las torres gemelas. No hay nada mejor y presumes de ello. Tras los atentados, darían gracias cada uno a aquello en lo que creyera por ese retraso que les salvó la vida.


08:46 horas: uno de tantos turistas que visitan Nueva York graba con su cámara que se halla en la selecta zona conocida como Battery Park City como recuerdo de viaje. Pero en ese momento observa que algunos viandantes miran hacia el cielo, hacia donde dirige la cámara y lo que graba le deja impactado: un avión se dirige a una de las torres gemelas e impacta de modo brutal; todos quedan sobrecogidos.


En un primer momento, nadie sabe qué hacer excepto los agentes de Policía próximos que avisan a su central por radio. Los que se hallaban más cerca del WTC huyen despavoridos pues caen desde el cielo escombros del edificio. Algunos que llegaban al trabajo no saben por qué la gente corre gritando pero no se paran a comprobarlo, corren con ellos. No pocos se introducen en el metro y cogen el primero que llega.


Los edificios del WTC son tan altos que si te encuentras cerca no ves con claridad lo que ha sucedido, tan solo que hubo una explosión. Los primeros rumores hablan de una avioneta que ha chocado contra una de las torres.


Llegan las primeras imágenes facilitadas por personas que, como el turista de antes, grababan en ese momento así como periodistas que cubrían alguna noticia sobre los eventos que a menudo se celebraban en el complejo financiero.


Corre la noticia por toda la ciudad. Las corresponsalías de prensa de todo el Mundo se hacen eco y los noticiarios conectan en directo: algo terrible ha sucedido en Nueva York.


Lo que ha sucedido y en ese primero momento nadie sabe es que el primero de los aviones de pasajeros secuestrado por terroristas de Al-Qaeda impactó contra la torre norte del complejo World Trade Center (WTC), el centro financiero de los Estados Unidos, compuesto de siete grandes edificios.


Todos están viendo ya estupefactos el gran edificio expulsando humo como si de una gigantesca chimenea se tratara. Nadie da crédito: ¿Cómo ha podido suceder?


Sin embargo, en los medios dicen que el WTC está edificado a prueba de impactos de grandes aviones, porque en su día, cuando se diseñaron, allá por los años 60, se consideró la posibilidad de que, debido a su altura, un avión con problemas pudiera chocar. Con lo que no contaron es con que el aparato fuera con todo su combustible, convirtiéndose en un misil. Y eso fue lo que sucedió aquel día: en sus depósitos llevaba más de 30.000 litros de combustible que al arder convirtió las plantas 93 a 99, contra las que impactó el avión, en un verdadero infierno.


Todo quedó destruido de inmediato y las personas que se hallaban en dichas plantas, prácticamente volatilizadas pues se alcanzaron temperaturas de mil grados, que fundieron literalmente la estructura, de modo paulatino. Ascensores y escaleras quedaron inutilizados; las personas que se hallaban por encima de la planta 100 estaban atrapadas. Las que estaban por debajo veían caer bolas de fuego por los conductos de los ascensores; no era buena idea cogerlos. Había que bajar por la escalera, cien pisos.


16 minutos después del primer impacto se estrella un segundo avión contra la torre sur y en ese momento se cortó la respiración del Mundo, que veía expectante lo que sucedía, en directo, desde sus televisores.


Automáticamente todos supimos lo que estaba pasando: EEUU estaba siendo atacado, no había duda. El miedo se apoderó de los neoyorkinos, la ciudad estaba siendo destruida; nadie sabía donde ir, sencillamente corrían. ¿Cuál sería el siguiente objetivo?


A las 09:39 se estrella un tercer avión contra el cuartel general del poder militar de los Estados Unidos: el Pentágono. Y ahí fue cuando el terror se extendió a todo el País, pues parecía imposible que la inexpugnable sede de las Fuerzas Armadas de la gran superpotencia mundial sufriera un ataque de esa envergadura.


Todos los edificios públicos se evacúan. El presidente George Bush es informado mientras se halla en una visita oficial en un colegio cuyo objetivo es acercar la Casa Blanca a la infancia. Cuando Bush recibe la noticia al oído ("Señor Presidente: el País está siendo atacado"), inexplicablemente no sabe cómo reaccionar. Es una muestra del bloqueo que todos podemos sentir en el momento en que el terror nos atenaza. Incluso aquellos que debieran moverse como resortes llevados por protocolos que han ensayado una y otra vez, se quedan paralizados. Una cosa es la previsión, otra la realidad. Y en ese momento, nadie podía imaginar que lo que estaba sucediendo fuera posible: algunos que lo veían por la televisión creyeron que era alguna campaña promocional de una película de desastres.


Y llegó lo peor: veinte minutos después del ataque al Pentágono, la torre sur del WTC se derrumba, con cientos de personas en su interior y equipos de bomberos y numerosos agentes de policía intentando rescatarles.

Héroes del 11-S: ningún bombero neoyorkino olvidará aquella tragedia

Los efectos del 11-S fueron sobrecogedores


Alguno de los cuarteles de bomberos se quedaría sin plantilla prácticamente al morir casi todos; 343 fallecieron en las labores de rescate, haciéndose bomberos también algunos de sus hijos posteriormente en homenaje a sus padres.


Solo 18 personas serían rescatadas con vida de entre los escombros, algunas permaneciendo más de 24 horas sepultadas, con lo que cada persona que se recuperaba iba acompañado de vítores y aplausos porque sin duda era un milagro.


La “zona cero”, como pasó a llamarse al lugar donde estuvo antes el WTC, se llenaría de fotografías de las víctimas que los servicios de limpieza municipales no se atrevieron a quitar incluso transcurridos muchos meses. Sería el viento y la lluvia los que borrarían esos recuerdos.


Por lo tanto, el plan terrorista era un ataque global y simultáneo contra los principales órganos de poder de la potencia militar y económica más importante del Mundo, Estados Unidos. Lo ideó un individuo que hasta ese momento solo conocían los Servicios Secretos y la Comunidad de Inteligencia: Osama ben Laden. Desde el 11-S pasaría a ser la persona más odiada y admirada del Mundo, según la región en la que se preguntara por él.


Para la ONU no había lugar a dudas ni espacio para el debate: se trató de horrendos atentados terroristas sin justificación ninguna. Y no solo por los efectos inmediatos, sino también por los que produjeron en los días siguientes en la zona de Manhattan: la nube de humo tóxica producto de la caída de las torres, con minerales perjudiciales para la salud como el mercurio, plomo y el abesto (una variedad del amianto), provocaron enfermedades, en especial a los cientos de personas que colaboraron en la retirada de los escombros.


Algunas personas han tenido secuelas que aún les duran de dificultad respiratoria y es que nueve meses fueron necesarios para retirar todos los escombros y limpiar las calles de sustancias tóxicas.


Para los familiares de personas atrapadas en las torres gemelas o en los aviones, aquellos momentos fueron de verdadera desesperación e impotencia, pues pudieron hablar con ellas por teléfono móvil justo antes del desastre, oyendo sus lamentos antes de morir. El insomnio les acompañaría desde entonces. Como a los cientos de teleoperadores que no olvidarán nunca las conversaciones que mantuvieron con quiénes llamaban para decirles que el humo entraba en sus oficinas de las torres, con los ascensores sin funcionar, las escaleras taponadas por escombros y personas saltando al vacío, acorraladas por el fuego. Pudo verse como había quiénes se ayudaban de sus abrigos, creyendo que les servirían de improvisados paracaídas, pero tal y como caían se desprendieron enseguida de esas prendas por el fuerte viento a esa altura.


Muchos de los heridos o testigos directos de los atentados desarrollaron un miedo atroz a los fuegos artificiales o a subirse en un avión. Se calcula en más de 100.000 las personas consideradas víctimas indirectas de los atentados del 11-S.


Tras recuperarse del impacto inicial, no pocos ciudadanos reaccionaron y se volcaron con las víctimas, del mismo modo que sucedió en Madrid tras el conocido como 11-M (y en otras ciudades golpeadas de forma terrible por el terrorismo yihadista). La mayoría hizo lo poco que podían hacer en ese momento: donar sangre en los Hospitales o colaborar en la retirada de escombros.


Tan solo cuatro minutos después del ataque al Pentágono un cuarto avión comercial se estrella contra el suelo en un paraje abierto en Pensilvania. Se supo después que iba dirigido al Capitolio, donde se encuentran el Congreso y el Senado. Era el vuelo 93 de la compañía United Airlines, el cual ha pasado a la Historia como un ejemplo de la heroicidad humana que en ocasiones nuestra especie muestra como solidaridad hacia sus semejantes.


Del mismo modo que hay personas sanguinarias, malvadas por naturaleza, también las hay quiénes nos hacen seguir creyendo en la esperanza de un mundo mejor. Los pasajeros se amotinaron contra los secuestradores. Cuarenta personas, entre viajeros y tripulación, prefirieron sacrificar sus vidas, enfrentándose a los terroristas, evitando así la muerte de cientos de hombres y mujeres en el Capitolio, hacia donde dirigían el avión los yihadistas.


Para los amigos de las conspiraciones, no se entendía cómo las torres gemelas pudieron colapsar de ese modo. Una investigación que la comisión del Congreso organizó para aclarar lo sucedido, respaldada por el NIIST (Instituto Nacional de Estándares y Tecnología, por sus siglas en inglés), no halló cargas explosivas ni sustancias que indicaran una demolición controlada como se llegó a difundir en distintos medios (sobre todo blogs conspiranoicos).


El Gobierno conocía los planes de Al-Qaeda

La Fuerza Aérea se puso en alerta y se prohibió el tráfico aéreo durante los primeros días tras los atentados

La comisión del Congreso accedió a documentos secretos facilitados por la Casa Blanca, uno de los cuales, de agosto de 2001, se titulaba “Ben Laden ha decidido atacar a los Estados Unidos". En dicho informe que recibió en persona Bush en su despacho de la Casa Blanca, se decía que Ben Laden había tomado la decisión de atentar dentro de los Estados Unidos en represalia por los misiles norteamericanos contra los campamentos de Al-Qaeda en Afganistán.


Cuando la comisión del Capitolio preguntó a Bush sobre si fue advertido, éste dijo que sus asesores le restaron importancia diciendo que, como mucho, se producirían algunos secuestros por los que los terroristas pedirían rescates.


Diferentes medios de comunicación llevaron a cabo sus propias investigaciones (las más conocidas son las del Washington Post y ABC TV) a través de distintas fuentes que les revelaron que Bush sabía, ya en julio de 2001, por el FBI, que una escuela de vuelo de Arizona había impartido clases a dos individuos que serían vinculados por la CIA con la red Al-Qaeda. Por su parte, un informe de 1999 encargado por el Consejo Nacional de Inteligencia advirtió de la posibilidad de que yihadistas intentaran secuestrar un avión para usarlo como misil contra el Pentágono.


La Inteligencia británica también estaba al tanto, de hecho, es la que informó a Estados Unidos de que Al-Qaeda quería secuestrar un avión, planificando pedir a cambio de la liberación de los pasajeros y tripulación la puesta en libertad de Omar Abdel Rahman, en prisión por su relación con el anterior atentado contra el WTC en 1993.


Lo que la comisión sí sacó a la luz fue la descoordinación entre Agencias de Investigación e Inteligencia (existían 16 en el País que se dedicaran a tales menesteres), principalmente entre el FBI y la CIA, cuyas relaciones antes de los atentados eran prácticamente nulas, con enfrentamientos continuos entre sus respectivos directores. Por esta razón se creó la figura del director de Inteligencia Nacional que teóricamente coordinaría todas las agencias desde entonces.


La célula que perpetró los atentados del 11-S estaba compuesta por 19 personas de las que 15 eran de origen saudí. Mohamed Atta, Marwan al Shehhi y Hani Hanyur pilotaban respectivamente los tres aviones que impactaron contra sus objetivos, mientras que el cuarto, secuestrado y pilotado por Ziad Samir Yarrah, fue el que se estrelló en Pensilvania.


Por la documentación a la que tuvo acceso la comisión del Capitolio, hecha pública en 2004, se supo que el Pentágono ya tenía planes de invadir Afganistán y expulsar a los talibanes antes de los atentados. Pero no había ninguna información sobre una posible relación o apoyo saudí a Ben Laden (como también se dijo en su momento), por lo que se descartó acusarles de nada en absoluto.


Las consecuencias del 11-S


No pocos hijos de las personas que murieron sintieron la necesidad de homenajear a sus padres sirviendo a su País alistándose en las Fuerzas Armadas. Otros muchos jóvenes hicieron lo mismo llamados por la propaganda patriótica que animaba a alistarse cuando Estados Unidos declaró la guerra a Afganistán, al que acusaba de dar refugio a los terroristas que perpetraron los atentados.


No era la primera vez que se atentaba contra el WTC; en 1993 se colocó un artefacto explosivo en los aparcamientos subterráneos de la torre norte, muriendo seis personas. Fue sin duda una señal de por donde iban los objetivos de la organización terrorista Al-Qaeda desde mediados de los 90. De hecho, un año antes del 11-S se produjo un ataque suicida contra el destructor de la Marina de los Estados Unidos USS-Cole, provocando 17 soldados muertos. El objetivo de Ben Laden: provocar una respuesta bélica por parte de los Estados Unidos contra el mundo árabo-islámico para presentarles ante los musulmanes como enemigos del Islam y de este modo captar los yihadistas más adeptos.


Si los Estados Unidos iniciaban una guerra en respuesta a esos ataques, los islamistas radicales lo tendrían fácil para reclutar simpatizantes para su “causa” ya que sabían que habría muchos daños colaterales que podrían mostrar a los musulmanes como un ataque hacia su religión, aunque esa no fuera la intención de los soldados.


Es sabido que los grupos terroristas usan a civiles como escudos humanos para que, en el momento en que son abatidos de modo indirecto, dar a entender al resto de musulmanes que los soldados occidentales asesinan a inocentes, incluyendo niños. Es la propaganda yihadista a la que los Estados Unidos, sin pretenderlo, han favorecido puesto que cayeron en su trampa: declararon la guerra al Estado que Washington consideraba en 2001 que daba refugio a los miembros de Al-Qaeda.


Se trata de Afganistán, iniciándose un conflicto que ha durado veinte años y que en 2021 se ha saldado con una clara derrota al recuperar el poder los talibanes, los mismos a los que acusaron de apoyar a la red Al-Qaeda en 2001.


Regresando a ese año y al momento tras los atentados, daba igual donde vivieras, el Mundo entró en una etapa de miedo a que en cualquier momento y lugar se produjera un atentado sofisticado con una bomba nuclear, un ataque biológico o químico. Si los terroristas habían atacado con éxito al País más poderoso, qué no serían capaces de hacer en otros Estados.


Una de las consecuencias directas del 11-S fue que la seguridad pasó a ser prioridad no cabiendo excusas sobre falta de privacidad si ello era necesario para garantizar la seguridad ciudadana.

Estatua de la libertad
Hubo numerosas denuncias de atropellos a los derechos civiles

Tras el 11-S, se arrestaron a casi 1.200 personas en los dos meses posteriores a los atentados, prácticamente todos ellos musulmanes. Se produjo además un desafortunado suceso: la muerte en prisión de uno de esos detenidos, un pakistaní llamado Muhammad Rafiq Butt, después de 33 días en la cárcel, no facilitándosele un abogado ni la posibilidad de realizar siquiera una llamada telefónica a algún familiar. Sería una sobrina la que informó a sus parientes de que había sido detenido, lo que le dijo un pakistaní amigo de Butt.


La Guardia Nacional acordonó una amplia zona en torno al WTC, se demolieron los otros edificios que componían el complejo, por temor a que se derrumbaran, y los comercios permanecían cerrados a excepción de Chinatown en los que se podía ver puestos de venta ambulantes.


El enemigo imprevisible e invisible acechaba por lo que se produjo una especie de histeria colectiva que veía enemigos por todas partes, en especial entre los musulmanes, los más perjudicados después del 11-S.


Los atropellos a las libertades civiles debido a las sospechas de terrorismo no se limitaron al territorio de los Estados Unidos. El Congreso aprobó un documento conocido por sus siglas en inglés, AUMF (significa “Uso de la Fuerza Militar”), que autorizaba a las Fuerzas Armadas a actuar en cualquier lugar del Mundo si los Servicios de Inteligencia hallaban una organización o persona que fuera sospechosa de colaboración con el terrorismo yihadista, se contara o no con la colaboración del País.


No había límites geográficos ni temporales, continuando esa autorización del Congreso teóricamente en activo. De hecho, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos han reconocido que han llevado a cabo 91.340 ataques aéreos de todo tipo, incluso con drones, matando a más de 22.600 personas desde que se inició la “guerra contra el terrorismo” en 2001. Según la ONG Airwars, que se ocupa de monitorizar daños civiles en zonas que se hallen bajo una guerra, la cifra pudiera superar los 48.300 muertos. Las zonas principales de actuación han sido Irak, Afganistán, Siria, Yemen, Somalia, Pakistán y Libia.


Vemos pues que las víctimas de los ataques aéreos norteamericanos buscando yihadistas han superado con creces las del propio terrorismo, lo cual unido a que la realidad en cifras nos indica que el mayor número de víctimas mortales en atentados terroristas se han producido en los Países árabes supone un castigo horrible.


Los ciudadanos de Países islámicos son los que, con mucha diferencia, sufren más que nadie los embates del terrorismo yihadista ya que para el ISIS, sí colaboran de algún modo con los ejércitos occidentales son enemigos del Islam. Con respecto a la red Al-Qaeda, que dice no atentar contra musulmanes, sí ha matado a muchos pero considerándoles daños colaterales en su lucha contra Occidente.


Lo que sucede es que, a fuerza de habituarse a esos ataques en Países islámicos, nos han llegado a parecer normales lo cual no deja de ser trágico. En cambio, al ser menos frecuentes los atentados en Europa u otros Países de estilo de vida occidental, cualquier ataque terrorista en Europa nos impacta.


Cierto que los yihadistas cambiaron las “reglas del juego” al atentar continuamente contra musulmanes que no compartieran sus ideas o para animarles a unirse a su causa alegando que esos atentados se debían a la presencia de tropas norteamericanas en sus Países y al apoyo de los Gobiernos árabes a los Estados Unidos. Implantaron la dictadura yihadista: o estás conmigo o contra mí.


El terror se impuso en Países como Afganistán, Siria o Irak, donde en un principio aclamaban a los soldados estadounidenses como libertadores al derrocar regímenes autoritarios corruptos o extremistas a los que el Pentágono, en su sed de venganza, acusaba de apoyar o financiar al terrorismo yihadista. Pero pronto se vería que a los Estados Unidos no le interesaba recomponer las maltrechas estructuras de esos Países fallidos sino imponer su hegemonía geoestratégica en una región en la que no la tenían, Oriente Medio, donde solo Israel permanecía fiel y leal a Washington.


Dick Cheney, quién por entonces era el vicepresidente de EEUU, publicó en sus memorias que justo después de los atentados, la Casa Blanca decidió el curso que seguirían los acontecimientos internacionales, comenzando por la invasión de Afganistán a la que seguiría la de Irak.


Las compañías armamentísticas de los Estados Unidos fueron avisadas de lo que se avecinaba y contemplaron el enorme beneficio que les reportarían, como así ha sido: el Gobierno de los Estados Unidos ha gastado más de 18 billones de dólares en estos veinte años transcurridos tras el 11-S, persiguiendo teóricamente enemigos, pero sin resultados notables.


Desde algunos sectores se acusó al Gobierno de volver a engrasar la maquinaria bélica para favorecer a los fabricantes de recursos militares con la excusa de la guerra contra el terrorismo, puesto que hacía más de 25 años que los Estados Unidos no libraban un conflicto abierto, principal origen de los beneficios económicos de la industria militar.


Las guerras producto del 11-S solo han traído Estados fallidos y desesperación, sin solucionar nada y mucho menos el terrorismo global, todo lo contrario, la situación está peor que antes de aquellos horribles atentados.


Afganistán, Irak, Siria, Somalia, Yemen o Libia están completamente destruidos y asolados por la actividad terrorista. Ciertamente, antes eran dictaduras las que los gobernaban, pero como dicen muchos refugiados que huyeron de estos lugares, al menos había seguridad y comercio; se podía vivir. Simplemente no podías criticar al Gobierno, pero tenías un trabajo y sacabas adelante a tu familia. Después del 11-S y sus consecuencias, se impuso el terror en todos estos Países.


Surgió el Estado Islámico del ISIS, una aberración que acabó con la vida de cientos de personas de la forma más brutal. A pesar de que los Estados Unidos lideraron una coalición de Países como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial para acabar con el ISIS, necesitaron cuatro años para vencerles y solo se ha hecho de modo parcial. Si bien dicho pseudoestado se derrumbó en Oriente Medio (aunque continúan grupúsculos en la región), se han hecho fuertes en otras zonas, extendiendo la amenaza a varios continentes.


Resulta sobrecogedor que una persona prefiera vivir bajo una dictadura si ello le supone tener al terrorismo alejado de sus vidas y eso es precisamente lo que está sucediendo en el mundo araboislámico en la actualidad.

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